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¿Se puede aprender a escribir?


Hace un tiempo apareció un artículo publicado en el diario El País, titulado Desmontando a Faulkner, que reflejaba el auge de las escuelas de escritura y se preguntaba sobre su trabajo y repercusión en el mundo literario.

Días después el suplemento cultural del periódico argentino Clarín, Revista Ñ, lanzó en las redes sociales estas preguntas, bajo el hashtag #ConsignaÑ: ¿Los talleres literarios cumplen una función necesaria? ¿O se aprende a escribir solo?

Parece que de un tiempo para acá el debate sobre estos nuevos “centros de enseñanza” y “la posibilidad de aprender a escribir” está servido. No en vano ha aumentado el número de manuales de escritura en las estanterías de las librerías, el último, el del eterno candidato al Nobel, Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de escribir.

Supongo que mi opinión al respecto está sesgada y, por lo tanto, tiene menos valor si cabe que cualquier otra que pueda verter sobre ningún otro tema. No en vano dirijo una escuela creativa donde los cursos de escritura (en sentido general) conforman un buen grosso del plantel del programa ofertado. Así que, qué otra cosa voy a hacer yo que no sea abogar y posicionarme a favor de su utilidad. Aún así, no me resisto a ello.

¿Se puede aprender a escribir solo? Por supuesto que sí. ¿Es necesaria una escuela de escritura? Claro que no (la mayoría de grandes autores nunca pasaron por ninguna), mucho menos en el sentido literal del término necesario. De hecho, si aplicamos esta misma literalidad a casi todo lo que imaginemos, probablemente la respuesta en la generalidad de casos también sería un rotundo no. Necesarias, lo que se dice necesarias, hay muy pocas cosas en este mundo de artificialidad que todos hemos creado.

Sin embargo, para centrar el debate no estaría de más redefinir, o simplemente definir, algunos términos. Por ejemplo: ¿A qué llamamos aprender a escribir? ¿Significa escribir convertirse en un escritor de éxito? Ya no digo tanto, ¿significa escribir alcanzar una publicación de cierta notoriedad?

Extrapolemos por un instante el mismo debate a la música. Serían muy pocos los que pusieran en duda que una escuela de música puede enseñar a alguien a tocar un determinado instrumento de un modo más o menos torpe, o de un modo más o menos virtuoso. Pongamos por caso la guitarra. Pero nadie mide el éxito o fracaso de estas escuelas, y por ende de ningún manual, en base a si todos sus alumnos se convertirán tras su salida de ellas en grandes concertistas o reputados guitarristas parejos a Joe Satriani.

Se asume que el aprendizaje musical, más allá de tu talento, tu esfuerzo y tu dedicación, tiene una serie de características técnicas que pueden ser enseñadas y aprendidas. Luego, claro, todo dependerá de cuáles sean tus objetivos personales y, sobre todo, cuál sea el sacrificio y las renuncias a las que estés dispuesto a someterte. Porque principalmente se aprende a tocar un instrumento tocándolo, hasta obtener callosidades en los dedos, y escuchando una y otra vez a los virtuosos. Al igual que se aprende a escribir escribiendo, rompiendo folios (o mandado archivos a la papelera de reciclaje) y leyendo, sobre todo, a los grandes. ¿Quién puede poner eso en duda?

Parece difícil creer que alguien por el mero hecho de acudir a clases de piano un par de horas por semana pueda ser capaz de entrar a formar parte de la Orquesta Filarmónica de Viena, si no pone bastante más de su parte. A no ser que haya sido dotado con un “don divino” que se escapa al común de los mortales. A lo sumo, conseguirá deslumbrar a unos cuantos familiares en una reunión informal, con una serie de acordes aprendidos, cuando el vino de la comida ya ha hecho su efecto en ellos. Sin embargo, nadie cuestiona por ello la validez de este tipo de centros. ¿Por qué entonces criticar las escuelas de escritura con argumentos del tipo “están creadas para conseguir que las élites lleguen a fin de mes”? ¿No será precisamente lo contrario, que ciertas élites temen que se desmitifique la profesión del escritor, hasta ahora insuflada de un aire de misticismo, y se llegue a la conclusión de que la creación literaria está mucho más al alcance de lo que parece con el debido sacrificio y trabajo?

Pero dejando, por un momento, aparte las disciplinas artísticas, ante la manida pregunta (¿Se puede aprender a escribir?), el escritor (y profesor de cursos de escritura creativa en Hotel Kafka) se salía por la tangente, en el artículo de El País anteriormente citado, y respondía cual gallego con otra pregunta: ¿Se puede aprender a parir?

La “respuesta” puede considerarse absolutamente demagógica y fuera de tono, pero no carece de sentido, desde luego. No parece que haya mucho que enseñar en un acto tan natural y cotidiano como el acto de parir. Un acto para el que la mujer, en este caso, ha sido predispuesta de manera genética. Sin embargo, son pocas las mujeres (y las parejas de las mismas) quienes rechazan hoy día la asistencia a una clase preparto en los países occidentales donde se imparten a través de la seguridad social. ¿Son necesarias para parir? Difícil sustentarlo. La especie humana lleva reproduciéndose miles y miles de años sin ellas.

¿Son útiles? Pues supongo que nunca está de más que alguien, sobre todo si eres primeriza, te explique en qué consiste la experiencia, que te muestre algunas técnicas de respiración y relajación, te advierta sobre algunos errores, motivados por los nervios, que pueden ser contraproducentes. Sin obviar el beneficio de poder compartir tus miedos, tanto con tu matrona como con el resto de las asistentes a las clases.

Esto no quita, por supuesto, que en último término una se encuentre sola en el paritorio y que no quede otra que apretar los dientes y desear, como decían las abuelas, “que sea una hora cortita”.

También, en último término, uno está solo frente al folio en blanco con o sin escuela, o manual, de por medio.

Y volviendo a la escritura de nuevo. Esta no es mucho más distinta que la música, que poníamos antes como ejemplo, en ciertos aspectos. Los talleres literarios te pueden mostrar una serie de técnicas, te pueden acortar el camino del aprendizaje, si estás dispuesto a instruirte, te pueden allanar algunos terrenos por los que otros pasaron en su tiempo con algún que otro tropiezo, te pueden ayudar a acercarte a la literatura, a seleccionar tus lecturas e incluso a enamorarte de ella, y, por supuesto a compartir tus inquietudes y tus miedos con otras personas con intereses similares. Pero si alguien desea dedicarse a este oficio en serio tendrá que poner mucho de su parte, como casi para cualquier profesión, impermeabilizarse ante el fracaso y teclear una y otra vez sin descanso aun cuando las ideas no fluyan como desearía.

¿Se puede enseñar a escribir? Tanto como se puede enseñar a colocar los dedos en los trastes de una guitarra para que salga una nota similar a fa o tanto como se pueden enseñar técnicas para que el parto sea algo más llevadero. Pero hacer música con mayúsculas, ni que decir tiene que es otra cosa muy distinta a tocar dos o tres cancioncillas recurrentes al calor del aplauso de los amigos.

¿Es útil una escuela de escritura? ¿Es útil un manual de escritura? Tan útil o tan inútil como lo es recibir clases de inglés un par de días por semana durante una hora, si luego aparcas los libros en el estante, no los vuelves a recuperar hasta el día siguiente, y no te preocupas de practicar el idioma más que dentro del aula.

Quizá, como decía Churchill, el problema de los hombres sea que no quieren la utilidad, sino la importancia. Y no, en ese sentido, las escuelas de escritura no son una catapulta hacia un prestigioso galardón literario per se.

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